Dr.
Walter Obregón Sánchez
Psicólogo
Clínico – EsSalud
Póngase un
momento a pensar: si un miembro de la familia es diagnosticado con una
enfermedad terminal (cuyo pronóstico es desfavorable); es probable que de
inmediato se convoque a una reunión familiar y se busquen estrategias que
permitan el afrontamiento eficaz de esta situación. 1) Buscar otra opinión de
un médico que tenga más experiencia en estos casos; 2) organización de los
recursos económicos o planeamiento de actividades pro-fondos; 3) Interesarnos
más por esta persona y procurarle más satisfacciones y menos penurias; 4)
Saldar cuentas y reparar las faltas cometidas; etc.
Sin embargo, cuando
existe la violencia familiar, no le tomamos la debida importancia y tendemos a
subestimarla o ignorarla. Pensamos que la solución es dejarla al tiempo –porque
“el tiempo se encarga de solucionar todo”, dice un aforismo-; o así mismo que
es parte de la vida –“de eso aprendemos”-; un castigo; el desventurado destino
y finalmente nos resignamos a que suceda un milagro; o a que se haga la
voluntad de Dios y que nosotros aceptemos estoicamente esto.
Las actitudes que
asumimos entre uno y otro caso son totalmente contradictorias. En el primer
caso, nos esforzamos como personas o grupo en buscar una salida porque pensamos
que el tema de la lucha por la vida y el salvar a nuestro familiar para
sentirnos bien es importante (vitalismo); en el segundo caso, todo lo
contrario, no lo tomamos en serio, lo descuidamos y buscamos aislarlo negando
su impacto como actividad de destrucción familiar (fatalismo).
Este es el problema de siempre. Se valora
más la salud física y se subestima la salud mental en nuestra sociedad,
menoscabando el derecho de toda persona a buscar su desarrollo integral, el
logro de sus capacidades y la expresión correcta de sus emociones positivas.
Si establecemos el símil de ambas situaciones es necesario tomar en
cuenta que la violencia familiar es tan igual de dañina como lo es un cáncer
terminal y agresivo. La violencia
familiar destruye el cuerpo de la familia y la condena inexorablemente a su
desaparición.
La violencia familiar es el origen de los trastornos del comportamiento
en la infancia y en la adolescencia: las depresiones; los comportamientos
delictivos; la drogadicción y la infame secuela: que la violencia es cíclica y
repetitiva. Cuando nuestros hijos tengan su familia ¡LA VOLVERAN A REPETIR!
Por eso no permita que la violencia familiar se instale dentro de su hogar. Si no puede solucionar este problema
busque ayuda en los profesionales capacitados para ello.
El maltrato físico,
psicológico, social y la indiferencia son todas partes de un mismo fenómeno: La
violencia familiar.
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