Páginas

jueves, 26 de julio de 2012

¿ES TAN DIFÍCIL GOBERNAR SIN "MANO DURA"?

Por Verónika Mendoza.
En el balance de este primer año de gobierno hay un consenso casi general en señalar –algunos con alivio, otros con gran decepción- el alejamiento progresivo de los compromisos políticos y programáticos de la Gran Transformación y de sus bases sociales. Muchos señalan que esto era de esperarse puesto que este gobierno fue elegido con la Hoja de ruta, pero cabe precisar que ésta no contradice el programa de la Gran Transformación, sino que prioriza y puntualiza algunos aspectos y es, principalmente, un compromiso con la democracia cuyo fundamento está en el respeto de los derechos fundamentales, precisamente aquellos que han sido gravemente vulnerados en los últimos conflictos sociales. Algunos pretenden plantear el tema de los conflictos sociales como un tema aislado, pretenden que todo va sobre ruedas excepto por ese “detalle”. Más bien los conflictos sociales y su pésimo manejo por parte del gobierno son síntomas de una débil institucionalidad y de los límites de cierto modelo de desarrollo. Un modelo de desarrollo centralista, que se impone con el chantaje o la represión, que no se dialoga ni se construye participativamente, que promueve la concentración de la propiedad y el poder, que no promueve ni articula mercados locales, que exige resultados inmediatos y en el que no se asume un compromiso ético con las generaciones futuras.

En lugar de cuestionar y transformar este modelo de desarrollo el gobierno se ha empecinado en mantenerlo tal cual, aunque para ello haya requerido poner “mano dura”. Y para justificar esa decisión ha adoptado la vieja teoría de la conspiración “roja” desestabilizadora del gobierno. Según esta teoría, si ayer los culpables de todo fueron los humalistas financiados por Chávez, hoy son los antimineros financiados por ONGs ambientalistas. Pero algo falla en esa teoría porque nos dicen que esos antimineros son un grupo minúsculo pero no nos explican cómo logran movilizar a decenas de miles de personas supuestamente con engaños. ¿Pretenden acaso que la gente que protesta no tiene raciocinio propio? En esa teoría hay un trasfondo discriminatorio, el mismo según el cual algunas vidas valen más que otras, algunas muertes merecen ser investigadas antes que otras.

El gobierno ha preferido contar ese cuento de la conspiración antes que abordar los problemas de fondo y enrumbar transformaciones mayores que, en el balance del primer año de gestión, han estado ausentes o son deficitarias. Hablemos tan solo de algunas de éstas: institucionalidad ambiental, descentralización, ordenamiento territorial, consulta previa.

La débil institucionalidad ambiental se ha visto reflejada en los conflictos socioambientales que constituyen más del 70% de los conflictos sociales vigentes. Urgen cambios para darle credibilidad, por ejemplo, la transferencia de la función de aprobación de los estudios de impacto ambiental desde los sectores que promueven la inversión al Ministerio del ambiente, el fortalecimiento de la fiscalización ambiental, la transparencia y la participación en los mecanismos de monitoreo y vigilancia ambiental. Hasta ahora no se ha promovido reformas que vayan en ese sentido, aunque recientemente se ha constituido una comisión multisectorial para fortalecer la institucionalidad ambiental que esperemos tenga pronto anuncios positivos.

Otra de las grandes reformas estancadas es la de la descentralización. Si bien se ha seguido el proceso de transferencia de funciones a los gobiernos regionales, en la práctica se ha limitado a lo meramente administrativo. Está pendiente un proceso de descentralización fiscal y de flexibilización del SNIP. No se ha avanzado en el proceso de ordenamiento territorial con y desde las regiones. Y encima se está instalando un discurso que apunta a la recentralización con propuestas que pretenden recortar las funciones y capacidades de los gobiernos regionales y locales, y disminuir su legitimidad política. Pero lo más grave es que se ha optado por prácticas amedrentadoras contra autoridades locales o regionales que han asumido posiciones discrepantes con el gobierno central: recordemos que el MEF mantuvo bloqueadas las cuentas de la Municipalidad provincial de Espinar durante más de 40 días y esto incluso después de iniciado el proceso de diálogo, y que las desbloquearon diciendo que la Municipalidad recién había dado muestras de que iba a manejar bien sus fondos. Un discurso paternalista además de centralista.

En lugar de impulsar procesos de ordenamiento territorial y de diversificación de la economía se ha fortalecido un fundamentalismo extractivista expresado en clichés como “sin minería no hay desarrollo”, y aquellos que presentan una legítima preocupación por problemas de contaminación por efectos de actividades extractivas son tildados de “enemigos del desarrollo”.

En cuanto a la relación entre pueblos indígenas y Estado, después del impulso inicial con la aprobación de la ley de consulta previa, hemos visto un reglamento restrictivo en cuanto a derechos de los PI y no vemos una voluntad política clara de consultar previamente en temas que tienen que ver con los territorios de los PI y los recursos naturales que se encuentran en éstos.

Entonces, ¿de qué desarrollo hablamos si se sigue decidiendo desde la capital sin consultar ni a los PI ni a las poblaciones locales ni a sus autoridades qué va a pasar con sus territorios? ¿De qué desarrollo hablamos si aquellos que proponen alternativas de desarrollo diferentes al extractivismo, como complementarias de éste, son tildados de extremistas? ¿De qué desarrollo hablamos si nuestra diversidad cultural es reconocida solamente como atracción turística? ¿De qué desarrollo hablamos si éste no se construye participativamente sino que se impone con “mano dura”?

¿Ese es el desarrollo que queremos? Necesitamos espacios discursivos y de acción que promuevan esa discusión. Necesitamos un discurso de país, un proyecto nacional, un horizonte, y para eso no bastan técnicos, hacen falta políticos. Hace falta un gabinete más político, más dialogante. Pero hace falta también una verdadera oposición democrática, responsable, constructiva, que plantee esa discusión desde la perspectiva de los sectores populares y progresistas, desde la izquierda. Sí, la izquierda, un espacio de articulación política y social en el que se construyan contrapesos a la actual hegemonía de la política de “mano dura” representada por el gobierno y sus nuevos aliados. Esa articulación debería estar expresada también en el Congreso, claramente visibilizada y con una identidad política clara. La pluralidad es lo propio de la democracia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario